—Te amo.
Estas palabras nunca dejaron de persiguirme hasta ahora en que un coche chocó contra el mío. Mientras se me escapaba la vida vi cómo el otro conductor se acercaba a mí. Era él, el dueño de aquellas palabras que robé y repartí a muchos otros sin su permiso.
Xururuca
Cuentos y microrrelatos
26 oct 2016
9 oct 2016
Paraguas
¿Por qué no cabríamos en una sábana si cupimos en un solo paraguas? –susurró la niña al muchacho.
7 sept 2016
Abandonar
Yo tuve una gatita llamada Pelusa. Tenía unos ojos verdes preciosos y
cada movimiento suyo denotaba suma elegancia. Sus maullidos derretían
cualquier corazón y era cariñosa con las personas. Ella podía enamorar
hasta a los alérgicos al gato de alma. Y yo tuve la dicha de tenerla
junto a mí durante siete años... hasta que mis papás se divorciaron.
Cuando mis padres se separaron, ninguno quiso hacerse cargo de mí y de Pelusa. Al final de cuentas y disputas, me quedé con mi padre pero él no aceptó a Pelusa. Apenada, tuve que dar a mi gatita en adopción, mas no había quién la aceptara con gusto porque ya estaba grande.
Se acercaba el día de la mudanza y no lograba encontrarle un hogar. Mis noches se teñían de ansiedad pero eso no detenía el tiempo. Tuve que pensar en alternativas: abandono o eutanasia. Estos pensamientos nublaban mi vista cada vez que la miraba.
Mañana es la partida y no he podido encontrarle un hogar; tengo que decidir esta noche. Si la abandono, Pelusa lloraría toda su vida pensando en su almohada favorita y me recordaría con amargura. Sufriría de hambre y maltrato en la calle y quizá moriría atropellada o envenenada. Pero si la llevo a alguna clínica para la eutanasia, lo último que ella guarde en sus ojos sería a ese alguien que tanto amó con su cuerpecito pero que se atrevió a privarla de la vida en contra de su anhelo.
Después de sufrir toda una noche, decidí abandonarla. Ella sería recibida y abrazada por esa oscura niebla. Ella no merece una vida callejera; así que decido abandonarla en esa muerte silenciosa y limpia. Espero que ella me comprenda cuando dé su último respiro, viendo cómo lloro su partida.
Cuando mis padres se separaron, ninguno quiso hacerse cargo de mí y de Pelusa. Al final de cuentas y disputas, me quedé con mi padre pero él no aceptó a Pelusa. Apenada, tuve que dar a mi gatita en adopción, mas no había quién la aceptara con gusto porque ya estaba grande.
Se acercaba el día de la mudanza y no lograba encontrarle un hogar. Mis noches se teñían de ansiedad pero eso no detenía el tiempo. Tuve que pensar en alternativas: abandono o eutanasia. Estos pensamientos nublaban mi vista cada vez que la miraba.
Mañana es la partida y no he podido encontrarle un hogar; tengo que decidir esta noche. Si la abandono, Pelusa lloraría toda su vida pensando en su almohada favorita y me recordaría con amargura. Sufriría de hambre y maltrato en la calle y quizá moriría atropellada o envenenada. Pero si la llevo a alguna clínica para la eutanasia, lo último que ella guarde en sus ojos sería a ese alguien que tanto amó con su cuerpecito pero que se atrevió a privarla de la vida en contra de su anhelo.
Después de sufrir toda una noche, decidí abandonarla. Ella sería recibida y abrazada por esa oscura niebla. Ella no merece una vida callejera; así que decido abandonarla en esa muerte silenciosa y limpia. Espero que ella me comprenda cuando dé su último respiro, viendo cómo lloro su partida.
24 ago 2016
Terremoto (40 palabras)
Una puerta de la casa ha sido cerrada para siempre. Terremoto repentino. Ahí yace mi madre que paría. Su cuerpo es hecho tierra; mi padre en llanto la riega. Y aquí mi hermano, como una semilla que acaba de brotar.
19 ago 2016
Entre el cielo y la tierra
El Hombre paseaba aburrido por el campo y
encontró a la Mujer, desnuda y sonriente. Vio en Ella la mar, la gacela, las
frutas y las estrellas; descubrió la selva, la sal, la tormenta y la fogata. Se
acercó a Ella y le prometió las mil estrellas del cielo a cambio de su
cuerpecito que escondía al Mundo entero.
La vida del Hombre se consumió en la
búsqueda de los astros mientras la carne de la Mujer revelaba el rostro secreto
de la muerte.
Diez lustros.
Ella murió sin haber tocado el cielo, y Él
perdió lo que nunca encontró: un Hogar sobre la tierra.
15 ago 2016
Rabia
I
La
rabia es el color más común de mis sueños. A veces, soy perseguido sin razón
por gente desconocida y, a veces, yo golpeo frenéticamente a mis seres cercanos.
Es muy molesto amanecer de repente sacudiéndome de todas esas imágenes. Sí, la
rabia perturba constantemente mis descansos, mis sueños nocturnos...
Hoy
no fue una excepción. Me desperté espantado por el vívido momento en el que maté
a mi novia. Su carne estaba hinchada de tantos golpes brutos; sus glóbulos
oculares, fuera del lugar. Olía a sangre a lo bestial y sus gritos avivaban más
mi furia. Se veía cómo un líquido ligero y transparente cubría su rostro. No sé
si eran sus lágrimas o su saliva; podría haber sido cualquier otro líquido que
se escondía en su cuerpo antes del fatal incidente. Ella me rogaba, rogaba por
su vida y por la vida del bebé que cargaba en su vientre. Sus preciosos ojos
estaban rojos de tanta desesperación. No niego que su mirada sí me haya
conmovido pero seguí destrozándola con tanta rabia. La pateaba, le aventaba vasos
de cristal, la jalaba de su pelo y la arrastraba por los charcos de sangre...
Descargaba un enojo horrendo sobre su frágil cuerpo. Pero era mi sueño: yo no
tenía el control.
Ahora,
en la oscuridad, oigo cómo ella respira inmersa en sus profundos sueños a mi
lado. Veo el reloj y son las tres de la madrugada. Me atrevo a mirar el rostro
de mi novia; debe estar soñando algo lindo. Siento una leve envidia. Hace casi
tres años que ya no disfruto de un buen descanso por las pesadillas. Después de
un largo suspiro, me acuesto de nuevo e intento dormir sin lograrlo. Siento que
otra pesadilla está esperando encontrarse conmigo en los abismos de esta noche
tan espesa.
II
Veo
una selva. Escucho el correr de un arroyo. El aire es húmedo y lleno del cantar
de los sapos. Doy un paso torpe y me asusta la densa caminata de las hormigas
rojas. Las plantas ocultan el cielo de mi vista y la negrura de la selva es
pegajosa. Oigo el aullar de los monos y siento que profetizan algo desagradable.
Me invade una zozobra y comienzo a dar pasos apresurados. Camino para salir de
la selva; camino para huir del sueño. Un suspenso mudo satura el ambiente.
Me
infla la fatiga del largo recorrido y decido acomodarme bajo un árbol para
descansar. Mientras limpio el sudor de mi frente, aparece una figura en mi
vista: una mujer. Se acerca a mí con un aire sospechoso pero yo me quedo
sentado, vencido por el cansancio, quizás esperando algo afable de su parte. Sus
pasos ligeros pisan una rama que está a cinco pasos de mí. Los monos vuelven a
gritar como si me advirtieran algo y me violenta un mareo. Percibo el olor
recio que emana de la mujer que se encuentra de pie ante mí. De repente, ella se
abalanza sobre mí y toma el lazo que se amarraba en la cintura su vestido. La
cuerda se estrecha sobre la piel de mi cuello y veo vagamente cómo se desliza
su vestido y se descubre su cuerpo fuerte y moreno mientras mi voz se ahoga sin
remedio.
III
Se
sacude fuertemente un cuerpo sobre la cama. Y cuando éste se queda inmóvil, la
Eva Selvática recobra la conciencia. En la cama, se encuentra el cuerpo morado
de su novio y sobre su cuello nota la blancura de sus manos. Las retira y
siente que un tremendo frío penetra los huesos. Articula en voz baja el nombre
de su amado novio pero el pobre cuerpo inerte ya no emite ningún sonido. Lleva
su oído al pecho del hombre y oye cómo un pájaro se larga por la calle,
jactándose de su canto mientras el corazón del novio es reprimido por la muerta
inquieta. Trata de recordar el sueño que la llevó a cometer tal acción pero no
logra recuperar nada concreto. Pero una cosa sí está clara en su mente: era la
rabia... La rabia que tanto la perturbaba en sus sueños.
5 ago 2016
La rosa
Entre
tantas rosas que existen, aquella me cautivaba. Era una rosa igual que todas
las demás: roja, fragante y voluptuosa. Pero ella poseía algo diferente; lloraba al amanecer.
Le
fascinaba la oscuridad que la vestía en secreto. Adoraba al silencio que
esperaba ser cantado. Observar cómo la tenue luz de las estrellas santificaba
el campo la entretenía. El placer del frío tacto de la noche era inigualable. El
arroyo que corría al lado refrescaba el aire y la hojarasca en viento sonaba
como la orquesta. La noche era la escena perfecta y ella era la protagonista
del teatro en donde no había más espectadores que yo.
Ella
aborrecía que el sol arruinara la magia de la noche. Le ponía muy triste que el
rocío mojara su traje de terciopelo. Le desagradaba ver la prisa con la que
otras rosas se arreglaban. Ellas no sabían cantar ni bailar; solamente regalaban
sonrisas ensayadas a todos aquellos que pasaban de largo.
Aunque
sea una rosa y nada más, ella creía en que en la vida algo se hace. Por eso,
ella me amaba. Ella despertaba a la noche para que juntos crearan una obra de
teatro en donde yo era el único presente. Ella ardía para mí; llameaba su
propia existencia ante mis pies. Bailaba junto al sereno viento y se arrancaba
las espinas para ser abrazada. Sí, ella me amaba. Entregaba su ser al mío porque
sin mí ella no podía existir, o eso creí yo.
Ahora
entiendo. Ella sabía que yo no podía existir sin ella. Ella se dedicaba a
mantener la flama de mi vida. Ella se ofrecía como mi mayor placer. Ella me
nutría de sí misma. Y no lo sabía... hasta ahora que algún insensible ser ha
arrancado mi amada rosa.
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